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Quien Es Mi Prójimo?

Oct 11, 2016Bitácora, Pensamientos De Los Misioneros

Katie Matthews

Un amigo mío me habló recientemente acerca de la idea de una Ciudadanía Global o Ciudadanía Mundial. Este término usualmente se define como, “una persona quien sitúa su identidad en una ‘comunidad global’ por encima de su identidad como ciudadano de cierta nación o lugar en particular. La idea es que la identidad de una persona trasciende fronteras políticas o geográficas…” Aunque es una nueva terminología, la base de la idea no lo es.

En Lucas 10:25-37 un abogado le pregunta a Jesús, “Maestro, ¿qué debo hacer para heredar vida eterna?” Jesús responde con una pregunta, “¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo la interpretas tú?” (versículo 26). El abogado responde, “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y ama a tu prójimo como a ti mismo”. Jesús afirma su respuesta pero rápidamente le hace otra pregunta. Versículo 29, “Pero él quería justificarse, así que le preguntó a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo?”

Usar dos grupos de personas completamente diferentes y opuestas para demostrar la idea de amor y misericordia era algo inaudito para los judíos de en ese tiempo. A través del Antiguo Testamento vemos a Dios instruir a los judíos a mantenerse puros pues ellos eran Su pueblo escogido, a no casarse ni dejarse ser influenciados por naciones o culturas diferentes. Ellos no escucharon y su rebeldía contra Dios demostró más adelante nuestra necesidad por un salvador.

Jesús comienza.

El camino de Jerusalén a Jericó era extremadamente peligroso, también era conocido como el “Camino de Sangre”, debido a todo la sangre que había sido derramada a manos de ladrones. Jesús utiliza un escenario pertinente para comenzar la parábola. Jesús nos dice que este hombre, “cayó en manos de unos ladrones. Le quitaron la ropa, lo golpearon y se fueron, dejándolo medio muerto.” ¿Quiénes son los dos hombre que Jesús describe pasan de primero frente a este hombre mal herido? Un sacerdote y luego un levita. Ambos “se desviaron y siguieron de largo”, como si no les importara este inconveniente.

Entonces viene el Samaritano.

“El tuvo compasión.” Lucas 10:33

Jesús nos dice que el Samaritano limpia y cuida las heridas de este hombre, lo monta sobre su propia cabalgadura y lo lleva a un alojamiento para que él pueda descansar y recuperarse. Al día siguiente el samaritano le da al dueño del alojamiento de su propio dinero, pidiéndole al dueño que cuide del hombre herido por cuanto tiempo sea necesario hasta que él esté bien y le dice que le pagará al dueño del alojamiento cualquier gasto de más.

Jesús termina la parábola preguntando, “¿Cuál de estos tres piensas tú probó ser un prójimo del hombre que cayó en manos de unos ladrones?” Lucas 10:36.

El abogado responde, “El que se compadeció de él.”

“Y Jesús concluyó, ‘Anda entonces y haz tú lo mismo’”. Lucas 10:37.

Un samaritano y un judío. Dos grupos de personas que, en este tiempo, se odiaban unas a otras. Jesús utilizó estos caracteres polarizadores para mostrar su punto: Amar a todos.

Si soy honesta, yo soy culpable de ser un sacerdote o levita, desviandome y siguiendo de largo como para no ser incomodado por las ‘heridas’ de alguien más. Uso la excusa de tener una bebé para alejarme y no involucrarme en la vida de otras personas. Yo soy culpable.

Sin embargo, la semana pasada fui amablemente recordada de la importancia de este amor sin restricciones. Para hacer la historia corta, hubo un altercado entre dos hermanos en la aldea, dejando a sus hijos y esposas asustados y agitados. Este altercado no solo terminó con estas dos familias sino que el dolor y el miedo quedaron impregnados en el resto de las familias. A causa de nuestro pecado las cosas se ponen feas, confusas, y muchas veces lastiman a los que más amamos.

Hay tanta angustia en este mundo. Sí, tenemos gozo que Cristo venció a la muerte y conquistó la tumba y nos dejó al Espíritu Santo, pero este mundo es duro. Las relaciones son duras. Y duelen.

A pesar de esta angustia seguimos siendo llamados a amar y mostrar misericordia. Debemos caminar con las personas y dejar que el Evangelio sea el fundamento de nuestras relaciones, de cada una de nuestras relaciones. Debemos ver a todos con compasión, porque fuimos amados primero, a pesar de nuestro pecado.

Te reto, ¿quienes son las personas por las cuales tú no quieres ser incomodado? ¿Quiénes son las personas por las que te desvias y sigues de largo para evitarlas? ¿Cómo puedes amarlos mejor? ¿Cómo puedes servirles mejor?

Dios me ha recordado de la importancia de adentrarme en la batalla y seguir siendo obediente a dos palabras: hacer discípulos. Mi oración es que nosotros (yo) no nos acomodemos ni volvamos insensibles a las personas, que nosotros (yo) tomemos el tiempo de invertir y nutrir relaciones, aún más si nos hacen sentir incómodos.

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